24 Feb [Artículo Revista Diplomacia] Hacia un nuevo orden mundial de la energía
Antxon Olabe
Economista ambiental y ensayista, autor de Crisis climática-ambiental. La hora de la responsabilidad, Galaxia Gutenberg, 2016
Mikel González-Eguino
Basque Center for Climate Change (BC3) y Universidad del País Vasco (UPV/EHU)
Teresa Ribera
Directora del Institut du development durable et des relations internationales (Iddri), Parí
Introducción
La Revolución Industrial, iniciada en Inglaterra a finales del siglo XVIII, marcó un antes y un después en el devenir de la humanidad. El acceso a las ingentes cantidades de energía acumuladas en el subsuelo de la Tierra en forma de carbón, petróleo y gas permitió llevar el desarrollo económico, de Europa y EEUU primero y de parte del resto del mundo después, a un nuevo estadio. El acceso a las energías fósiles hizo posible un crecimiento demográfico y económico sostenido de manera que, en la actualidad, la población es 10 veces mayor (7.400 millones en 2016) y el tamaño de la economía es varios cientos de veces mayor que el de entonces (96 billones[1] de dólares en 2016).
Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial y a medida que el transporte motorizado transformaba de forma radical la movilidad de personas y mercancías, incluyendo la fisonomía de ciudades y áreas metropolitanas, el petróleo se convirtió en mucho más que un commodity que se intercambiaba en los mercados de materias primas. Era también la sustancia sobre la que giraba una parte fundamental de la geopolítica mundial. El acceso a las reservas de Oriente Medio y la protección de los pasos estratégicos y los corredores marítimos para su transporte han marcado la política internacional y, junto a las sacudidas económicas de los periódicos shocks, han desencadenado guerras de ocupación, golpes de Estado y revueltas sociales. En países como Rusia[2], Arabia Saudí, Irán, Irak, Venezuela, Nigeria y Angola la extracción y la venta de petróleo constituyen la columna vertebral de su economía. Su comercio global (WTO, 2015) sobrepasa los 700.000 millones de dólares al año y es sólo superado por la venta de vehículos (movidos a su vez por derivados del petróleo). En definitiva, el carbón, el petróleo y el gas han vertebrado el orden mundial de la energía a lo largo de los últimos 250 años y suponen todavía el 80% de la energía primaria del mix global.
Ahora bien, aunque el acceso a las energías fósiles ha contribuido a mejorar de forma notable la calidad de vida de las personas en la mayoría de lugares del mundo, su reverso ha sido la alteración del clima como resultado de las emisiones de gases de efecto invernadero. El cambio climático se ha convertido de hecho en uno de los problemas cruciales de la agenda internacional. Cuando 150 jefes de Estado y de gobierno impulsaron el Acuerdo de París en diciembre de 2015, expresaron la voluntad política de las naciones de evitar que el ascenso de la temperatura de la superficie de la Tierra sobrepase los 2ºC (y que preferiblemente se mantenga en torno a 1,5ºC). Con esa decisión los responsables políticos generaron un punto de inflexión, un game changer, en el futuro del sistema energético. Dos años después, las ondas expansivas del Acuerdo de París en el ámbito de la energía comienzan a vislumbrarse con claridad.
El previsible declive de la demanda de petróleo
Se puede afirmar que en la medida en que la comunidad internacional persiga con claridad y firmeza los objetivos del Acuerdo de París, la demanda de petróleo podría llegar pronto a su cénit y, a partir de ahí, reducirse rápidamente. Según el Escenario 66% 2ºC de la Agencia Internacional de la Energía, se requiere que el cénit del consumo de petróleo se sitúe a más tardar en 2020, disminuyendo de forma progresiva la demanda desde los 96 millones de barriles diarios (datos de 2016) hasta los 73 millones en 2040 y los 40 millones en 2050. En cualquier caso, incluso en un escenario así la trayectoria de la demanda de petróleo no será lineal ya que el descenso de los precios del barril modificará los precios relativos respecto a las otras fuentes de energía y, por momentos, en función de la elasticidad de la demanda, se asistirá a aumentos de su consumo. Asimismo, el efecto rebote derivado de las mejoras en la eficiencia energética de los vehículos conduce a una mayor utilización de los mismos y en consecuencia a un mayor consumo agregado. No obstante, el efecto económico llamado a establecer la tendencia dominante en el escenario mencionado es la disminución de la demanda de petróleo como consecuencia de las medidas adoptadas por la comunidad internacional ante la alerta climática.
Según la IEA, los recursos (recuperables) de petróleo alcanzan los 2,6 billones de barriles. Dos terceras partes de esa cantidad se encuentran en Oriente Medio, países de la antigua Unión Soviética y Norte América. En un escenario climáticamente no exigente, la AIE calcula que la demanda acumulada hasta el año 2035 no superará los 0,7 billones de barriles y que en el año 2050 el consumo total acumulado no superará los 1,2 billones. Si en la demanda prevista se introduce el impacto de políticas climáticas nacionales ambiciosas en el ámbito del transporte y la movilidad, el consumo acumulado será notablemente inferior y una parte considerable de las reservas existentes (1,3 billones de barriles) no se pondrá en valor (IEA/IRENA, 2017). En ese sentido, se está generando en los últimos años una confluencia entre la preocupación por la salud de las personas como consecuencia de la contaminación atmosférica en las ciudades (debida en gran medida a las emisiones de los vehículos) y la preocupación por el transporte y la movilidad como fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero. Esa confluencia apunta hacia cambios importantes en el horizonte 2030 en los modelos de movilidad y acceso a los centros urbanos con vehículos convencionales (por ejemplo, el anuncio realizado recientemente por el Ayuntamiento de Madrid para 2018), que se traducirá en menor consumo de derivados de petróleo por parte de los vehículos privados.
En definitiva, el objetivo climático aprobado en París ha puesto en marcha un nuevo contexto estratégico para la centenaria industria del petróleo. El que el Reino de Arabia Saudí, poseedor de las mayores reservas mundiales, haya decidido crear un gran fondo de inversión con intención de financiar la diversificación de su economía y sacar a bolsa una parte importante de la principal empresa estatal petrolera del mundo (Saudi Aramco) con intención de obtener financiación y distribuir riesgos, es una prueba de que la industria se enfrenta a medio y largo plazo a movimientos tectónicos.
Eficiencia, renovables y movilidad eléctrica: el corazón del nuevo sistema
Según los cálculos realizados por IRENA las energías renovables pasarían de representar el 15% de la energía primaria mundial[3] en el año 2015 al 65% en 2050. En el otro lado de la balanza, las energías fósiles pasarían del 80% actual al 30% en 2050. Asimismo, el carbón desaparecería de la generación eléctrica, manteniendo una presencia residual en la industria siempre y cuando incorporase tecnologías de captura y almacenamiento de carbono (CCS). El gas actuaría como energía de transición en la medida en que se complemente con elevados niveles de equipamiento de CCS. En ese sentido, el informe de IRENA señala que existe el riesgo de que grandes inversiones gasísticas queden varadas si no han tenido en cuenta de forma minuciosa las emisiones de gases de efecto invernadero consiguientes. Conceptualizar al gas como energía de transición requiere, por tanto, cautela y matices. Los escenarios de intensa y acelerada descarbonización que precisan los objetivos del Acuerdo de París pueden colisionar con infraestructuras de gas que no hayan tenido en cuenta las reducciones de emisiones que se precisan para 2030 y 2050.
El descenso más espectacular en costes lo ha protagonizado la solar fotovoltaica, con reducciones del 80% desde el año 2009 hasta 2016. La fuerza motriz tras ese descenso ha sido la producción a gran escala de paneles solares por parte de la industria china, país que a su vez se ha visto favorecido por la apuesta inversora hacia la tecnología solar fotovoltaica que durante años han realizado por países entre los que destaca Alemania con su energiewunde o transición energética. Los impulsores de la mencionada transición eran conscientes de que su país estaba llevando a cabo una costosa inversión al promover la energía solar fotovoltaica en las etapas iniciales de su maduración tecnológica. Los defensores de la energiewunde la veían, sin embargo, como una inversión generadora de externalidades positivas ya que contribuían a su despegue en los mercados internacionales. Llegado el momento, China ha hecho suya la opción solar (y la eólica) y ha llevado la producción de paneles a una escala industrial masiva, situando los precios en niveles muy competitivos. Así, de los 3,5 millones de puestos de trabajo que existen en China en las renovables, la gran mayoría pertenecen a la industria solar.
En el sector del transporte, el ascenso del vehículo eléctrico también ha sido muy rápido en años recientes. La reducción de costes de las baterías entre 2005 y 2015 ha sido del 85%, situándose ya en los 225 dólares por kilovatio-hora (US$/kWh). También ha mejorado su autonomía (en el entorno de los 300 km) y el tiempo de recarga. Por debajo de los 150 US$/kWh, y dependiendo del precio de la gasolina, se cree que el coche eléctrico podría ser más económico que el motor de combustión antes de 2020. Tesla, una de las empresas más innovadoras del sector, ha anunciado que sus baterías estarán por debajo de los 100 US$/kWh en 2020, a medida que aumente su producción. Las promesas de Tesla están siendo tomadas muy en serio por el mercado a juzgar por su valor bursátil[4].
En este contexto, las ventas de coches eléctricos comienzan a ser importantes. En 2016 se vendieron 700.000 vehículos eléctricos en el mundo y el stock ya supera los dos millones. Se espera que aumente a 20 millones en 2020 y a 150 millones en 2030. En Noruega uno de cada tres coches vendidos en 2016 era eléctrico (IEA, 2017), ya que el gobierno ha subvencionado su compra y ha dado ventajas respecto a su utilización en ciudades (peajes, aparcamiento gratuito, etc.). Si los precios siguen descendiendo, algo probable a medida que aumente la producción, y los gobiernos invierten en las infraestructuras necesarias, es posible que el coche eléctrico domine las ventas antes de 2030 (IEA, 2017). Eso afectará a los productores de petróleo y a los fabricantes de automóviles “tradicionales” que tendrán que llevar a cabo su propia transición.
Conclusiones
La transición de la energía ya ha comenzado. En el sector de la generación eléctrica el ascenso de las renovables es evidente y contundente. Sin embargo, su penetración en los sectores de consumo final –transporte, edificios e industria– sigue siendo pequeña y la crisis del clima precisa una transición que abarque a la totalidad del sistema energético.
El Acuerdo de París ha supuesto un punto de inflexión en la respuesta internacional al cambio climático y, además, ha mostrado una gran resiliencia ante los recientes embates que le han llegado desde la Casa Blanca, ya que la gran mayoría de la comunidad internacional ha cerrado filas en defensa del mismo. Tal y como se ha explorado en este trabajo, los objetivos climáticos del Acuerdo suponen un punto de inflexión para el sector de la energía. El contexto estratégico en el que gobiernos, inversores y accionistas con intereses en los sectores del carbón y el petróleo-gas han de realizar sus inversiones en los próximos años se ha modificado. Incluso una corporación como ExxonMobil que personifica como pocas las resistencias hacia la realidad del cambio climático (Supran y Oreskes, 2017), se encontró en su última junta de accionistas, celebrada en mayo de 2017, con una solicitud firmada por el 62% de los accionistas que demandaba a la dirección ejecutiva la presentación de informes sistemáticos acerca de los riesgos para la compañía de un escenario 1,5º-2ºC. Asimismo, el que un país de referencia en temas de petróleo como Arabia Saudí haya decidido crear el mayor fondo de inversión mundial con el que financiar la diversificación de su economía en los próximos años/décadas es otra decisión que apunta en la misma dirección. Fondos de pensiones, bancos de inversión, compañías de seguros y reguladores van tomando consciencia de que una respuesta al cambio climático como la formulada en el Acuerdo de París ha puesto en marcha una serie de cambios tectónicos para el sector de la energía.
La transición energética que precisa la alteración del clima supone un reto formidable ya que requiere una descarbonización de la economía mucho más acelerada que la prevista en los actuales planes nacionales. Las principales economías de la UE – Alemania, Francia y (todavía) el Reino Unido– han aprobado en años recientes sus respectivas leyes y estrategias para dar forma ordenada y sistemática a sus procesos nacionales de transición energético-climática[5]. Las claves de dicha transición son la retirada en el horizonte 2050 de los combustibles fósiles, empezando por el carbón, la promoción del ahorro energético y la eficiencia, el cambio en los hábitos de consumo, el uso de energías renovables en un porcentaje muy elevado y el mantenimiento y extensión de los bosques y sumideros de carbono.
Desde la perspectiva del cambio climático, la más importante en el horizonte 2030 es la retirada del carbón. Según el Escenario 66% 2ºC de la Agencia Internacional de la Energía, las emisiones procedentes de la generación eléctrica basada en la combustión de carbón han de reducirse en el año 2025 a la mitad respecto a las existentes en el año 2015. En 2050 habrían de disminuir en un 95% respecto a 2015. En esa dirección, y en consonancia con los escenarios de transición energética presentados por la Agencia Internacional de la Energía y por la Agencia Internacional de la Energía Renovable, las siguientes medidas habrían de considerarse prioritarias:
- Medida 1: finalización generalizada e inmediata de las ayudas y subvenciones públicas al carbón por parte de todos los gobiernos nacionales y regionales.
- Medida 2: paralización de los proyectos de centrales de carbón en fase de planificación. Ninguna nueva central de carbón habría de entrar en funcionamiento a partir de 2020.
- Medida 3: la UE y los países de la OCDE habrían de promover un cierre (phase out) del carbón entre 2020 y 2030, comenzando por las centrales más antiguas y contaminantes[6]. Según datos recientes aportados por Bloomberg New Energy Finance y otros centros de análisis, el Reino Unido[7] ya ha aprobado la retirada del carbón para el año 2025 y en esa dirección se han aprobado políticas semejantes en Francia[8], los Países Bajos[9], Portugal, Austria y Finlandia[10], si bien Polonia se resiste ante esa dinámica dado que su sistema eléctrico depende en un 80% del consumo de carbón. Alemania ha aprobado la retirada de la mitad de su parque de generación eléctrica de carbón para el año 2030 y la otra mitad para 2050. Fuera de la UE, Canadá ha anunciado asimismo la retirada del carbón de su mix eléctrico para 2030. En China la retirada del carbón se habría de llevar a cabo entre 2020 y 2035 y en los países en desarrollo entre 2020 y 2040. Asimismo, entre 2020 y 2040 se habría de proceder a la sustitución del carbón como generador de energía en el sector industrial, excepto en aquellas instalaciones que se hayan dotado de tecnologías de captura y almacenamiento de carbono.
Las perspectivas de la industria del petróleo son menos negativas que las del carbón. No obstante, en la medida en que la comunidad internacional persiga con claridad y firmeza los objetivos del Acuerdo de París, es probable que el pico de la demanda de petróleo se alcance muy pronto. Tal y como ya se ha mencionado, según el Escenario 66% 2ºC de la Agencia Internacional de la Energía, el cénit se habría de situar a más tardar en 2020, disminuyendo de forma progresiva su consumo desde los 96 millones de barriles diarios (datos de 2016) hasta los 73 millones en 2040 y los 40 millones en 2050. Ese escenario implica intensificar las medidas dirigidas a racionalizar la movilidad y el transporte por carretera mediante vehículos convencionales, así como promocionar los vehículos eléctricos e híbridos y desplegar las infraestructuras necesarias correspondientes.
Finalmente, en el nuevo contexto estratégico abierto por el Acuerdo del Clima de París lo más importante es que las señales de gobiernos e instituciones internacionales sean claras y firmes. La UE, China, India, Japón, Brasil, Canadá, México, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y los grandes bancos de inversiones han de mantener e impulsar una orientación clara hacia la descarbonización de la economía en línea de los objetivos asumidos en la mencionada Cumbre del Clima. Los escenarios presentados por la Agencia Internacional de la Energía y por la Agencia Internacional de las Energías Renovables a la última reunión del G-20 en Alemania constituyen, en ese sentido, una Hoja de Ruta precisa, tecnológica y económicamente factible, capaz de orientar esa transición.
Doscientos cincuenta años después de la revolución industrial, el cambio climático, uno de los más graves y complejos problemas que enfrenta la humanidad, es un game changer que apunta de forma irreversible hacia un nuevo orden mundial de la energía.
Extracto del Documento de Trabajo 12/2017 del Real Instituto Elcano.
8 de noviembre de 2017.
[1] En todo el artículo “billones” son millones de millones y dólares son dólares de EEUU.
[2] Rusia, por ejemplo, obtiene el 36% de los recursos anuales del Estado con la extracción y exportación de petróleo y gas, mientras que el 72% de los recursos de Arabia Saudí proceden de la exportación de crudo.
[3] Según las estimaciones de IRENA, las renovables supusieron en el año 2016 el 19% del total de la energía final consumida.
[4] El valor bursátil de Tesla alcanzó en abril de 2017 el de Ford (45.000 millones de dólares), compañía que vendió 6,7 millones de vehículos en 2016, mientras que Tesla esperaba vender 500.000 vehículos ese año.
[5] En Alemania la ya mencionada energiewunde, cuyo soporte legislativo se aprobó en 2010; en el Reino Unido la Climate Change Act, cuya aprobación en 2008 marcó un hito histórico al ser la primera ley nacional de cambio climático del mundo; y en Francia la Ley para la transición energética y para el crecimiento verde, aprobada en agosto de 2015 y sus precedentes la Ley Grenelle I (2009) y la Ley Grenelle (II) de 2010.
[6] Euroelectric, asociación que representa a 3.500 compañías eléctricas europeas, se ha comprometido a no construir nuevas centrales de carbón en Europa a partir de 2020. El instituto alemán de investigación Climate Analytics asegura que los objetivos asumidos por la UE en materia de energía y clima precisan que las 300 centrales de carbón existentes finalicen su actividad como tarde en 2030.
[7] El Reino Unido ha reducido la proporción del carbón en el mix de generación eléctrica desde el 40% en 2012 hasta el 9% en 2016. El instrumento clave ha sido un impuesto al carbono de 19 euros la tonelada (El País, 30/VIII/2017).
[8] Francia tiene una mínima presencia de carbón en su sistema de generación eléctrica, apenas el 3%. Ha anunciado la retirada del mismo para 2023.
[9] En septiembre de 2016 el parlamento de los Países Bajos aprobó una disminución de sus emisiones de gases de efecto invernadero del 55% para el año 2030 respecto a las de 2015. Ese mandato implica necesariamente el cierre de las cinco centrales de carbón que persisten en el país, algunas de ellas de reciente creación.
[10] Finlandia obtiene el 12% de su electricidad de las centrales de carbón. Ha aprobado su retirada para el año 2030.
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5.- RD 142 - Hacia un nuevo orden mundial de la energía