Samuel del Campo: Héroe del Servicio Exterior Chileno - Academia Diplomática de Chile Andrés Bello
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23 Feb Samuel del Campo: Héroe del Servicio Exterior Chileno

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Por Jorge Díaz Pacheco – Promoción 2020

“Más allá de la Diplomacia: La inédita historia de Samuel del Campo” es el resultado de una rigurosa investigación histórica que nos adentra en la significativa influencia del antisemitismo en los servicios que conforman la administración pública chilena a principios del siglo XX, y el esfuerzo de personas y organizaciones civiles por alivianar el desdén de ciertas autoridades respecto de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Así, la obra del Consejero Jorge Schindler constituye un loable esfuerzo por revivir la injustamente olvidada memoria de uno de los más valientes miembros del servicio exterior chileno, de manera que su ejemplo sea constante recuerdo de las razones que inspiran la existencia de esta institución.

No obstante el pleno conocimiento que en aquella época se tenía respecto del drama judío en Europa, el uso de categorías raciales y un léxico antisemita recorrían las instrucciones oficiales en torno a la entrega de visas chilenas. El Anexo Confidencial a la Carta de Servicio N° 42 del Ministerio de Relaciones Exteriores y de Comercio, de fecha 20 de diciembre de 1933, señalaba que: “N° 1: Los Cónsules negarán terminantemente la visación de los pasaportes de todo individuo de nacionalidad turca, siria, rusa, polaca, lituana, libanesa, húngara, chinos, de los gitanos, judíos, de color negro, amarillo o indios, etc.- Comunistas, maleantes, tratantes de blancas, traficantes de drogas, contrabandistas, etc.”.Como lo evidencia la documentación de aquellas décadas, las excusas utilizadas para justificar una política migratoria racista eran de índole variada. Destacan en este sentido las supuestas preocupaciones laborales expresadas por algunos personeros de gobierno, quienes restringían la entrada de judíos debido a que estos podrían constituir una carga demasiado onerosa para el Estado, desplazando a la población laboral chilena. Sin embargo, la índole racista de estas restricciones queda del todo revelada al analizarse la correspondencia ministerial y las circulares administrativas de esos años donde, en cambio, dichas consideraciones dejaban de existir para el caso de personas “arias”.

 

Samuel del Campo

En este contexto, el año 1940 el Ejecutivo chileno aceptó la solicitud del gobierno polaco en el exilio de representar sus intereses en los reinos de Rumania e Italia. A pesar de la declarada neutralidad chilena a inicios de la Segunda Guerra Mundial -y bajo el riesgo de disgustar a Alemania, uno de nuestros principales socios comerciales en aquel entonces-, el gobierno de Pedro Aguirre Cerda accedió al pedido. Es en virtud de este mandato que comienza la obra heroica del diplomático linarense, Samuel del Campo, quien es designado, en mayo de 1941, Cónsul General como nuevo Encargado de Negocios de Chile en Rumania.

Desde un inicio Samuel del Campo encontró todo tipo de dificultades para llevar a cabo sus funciones. La defensa de los intereses polacos era sospechosa para las autoridades locales, y el desorden provocado por la violencia política en el país no facilitaba las cosas. Tempranamente, los informes enviados a Chile por el diplomático evidencian el horror de las deportaciones y del sufrimiento de la comunidad judía en territorio rumano, pero sin encontrar mucha respuesta por parte de Santiago. La presión del nazismo sobre el gobierno de Rumania aumentaba a medida que más tropas alemanas se apostaban en el país, empeorando la ya complicada suerte de los refugiados polacos. Resultaba imperioso actuar rápido y con determinación. 

Como mandatario oficial respecto de los intereses de Polonia, las eficaces gestiones humanitarias llevadas a cabo por Del Campo lograron salvar las vidas de cientos de refugiados judíos polacos y rumanos. La emisión de pasaportes y laissez passer chilenos les significó quedar bajo protección internacional, evitando inminentes traslados a campos de concentración. Dicha labor requirió tanto de un diálogo permanente (y muy arriesgado) con las autoridades rumanas, como la organización de oficinas y delegados consulares; labores urgentes que no siempre se condecían con la velocidad de las comunicaciones de mitad del siglo pasado.

Las decisiones adoptadas por Samuel del Campo no solo no fueron examinadas en su debido mérito por las autoridades ministeriales de aquella época, sino que también le significaron incluso poner su propia vida en grave peligro. Sus funciones como garante de los derechos de personas judías terminaron por incomodar al gobierno colaboracionista de Rumania, transformando a su persona en objetivo de las policías secretas. Su salida del país coincidió con la declaración de vacancia de su cargo desde Santiago, quedando desprovisto, durante las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, de la misma protección que otorgó a tantos otros. De los antecedentes conocidos sólo ha sido posible determinar que pasó sus últimos días en Francia, sin haber nunca regresado a Chile.

Justo entre las Naciones

 

Yad Vashem honró a Samuel del Campo con el título de Justo de las Naciones

La historia de Samuel del Campo nos recuerda de los peligros de la intolerancia y de la discriminación, en cualquiera de sus formas. No era necesario haber pertenecido a una agrupación política nacionalsocialista para haber incitado, participado, o colaborado en prácticas discriminatorias. Mucho menos para haber permanecido indiferente frente a ellas. El avance de la técnica y el perfeccionamiento de la institucionalidad democrática no se encuentran exentas de verse instrumentalizadas por prejuicios y liderazgos obtusos. Ante situaciones límite, los obstáculos impuestos por la burocracia pública debieron ser reinterpretados a la luz de los principios humanitarios que han inspirado la política exterior chilena desde los inicios de la República, y que explican también la aceptación del Estado de Chile por defender los intereses de Polonia. 

Sin embargo, la historia de Samuel del Campo es también una de heroísmo y coraje. Sus sacrificios le hicieron merecedor, el año 2017, de ser nombrado por la Autoridad para el Recuerdo de los Mártires y Héroes del Holocausto, Yad Vashem, como “Justo entre las Naciones”, y recientemente se ha inaugurado una placa en honor a su memoria en una de las plazas principales de Bucarest. Así, su legado nos recuerda la importancia de mantenernos siempre firmes en la defensa y promoción de los principios democráticos y humanitarios que inspiran nuestra política exterior, no obstante las adversidades. Más allá de los cuerpos normativos que dan vida y regulan las competencias de la función pública, las instituciones finalmente no son más que las personas que las sostienen. En cada decisión adoptada se encuentra en juego el espíritu de nuestro país, y, especialmente en el caso del servicio exterior, del Estado de Chile frente al mundo.

 

 


*Las opiniones vertidas en la sección “columnas ACADE” son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, el pensamiento de la Academia Diplomática de Chile.